Argentina no es tierra para débiles.

Un repaso reflexivo acerca del crecimiento, cada vez más alarmante, de la violencia desplegada en el país.

—Por: Luca Bosi.

Desde hace algunos años, la violencia ha ido escalando de un modo preocupante en la Argentina.

Hoy, en Revista Bilis, les brindamos a ustedes una mirada reflexiva sobre la violencia que vemos día a día en nuestro país. Lo haremos a partir de muchos aspectos; desde los recuerdos que teníamos cuando éramos niños, hasta la delincuencia, pasando por tribus urbanas y las agresiones en el futbol. Una violencia que cada vez escala más y que nos genera miedo la posibilidad de que termine rompiendo los parámetros de convivencia establecidos.

Si nos ponemos a pensar, el historial argentino no está cubierto por hechos tan violentos o sangrientos como en otros países de América. Sin embargo, aun así podemos considerarnos como una sociedad bastante violenta. Desde los años 20s, pasando por los 90s, y hoy, en la década de los 2000s. El argentino, naturalmente, carga con un orgullo poco visto en otras culturas. Hay muchas personas que piensan que, culturalmente, nos tenemos que pelear físicamente con otra persona para madurar; “Si nunca te agarraste a piñas, no sos un macho”; son frases que la habremos escuchado más de una oportunidad a lo largo de nuestras vidas. Aparte de ser ultra machista, es algo sumamente inmoral. ¿Agarrarme a piñas con otra persona es algo cultural? ¿Es una prueba para demostrar que soy argentino? ¿Tengo que demostrar los “huevos” que tengo?

A esto, lo vamos a llamar la “cultura de las piñas”, que en nuestro país es algo muy común. Sí fuiste a un secundario, habrá sido inevitable ver esta clase de peleas callejeras entre compañeros y compañeras, o quizás, lamentablemente, haber sido protagonista. Escribo esto ya habiéndome egresado del secundario hace 3 años, y, en un momento, esta cultura se había calmado; pero con la mirada alejada de convivir día a día en el secundario puedo percibir que, lamentablemente, esta cultura está volviendo. También tengo un recuerdo más de chico, a principios de los 2000s y la primera década de este milenio. Estaban de moda las batallas campales entre escuelas que se tenían odio o contra pibes y pibas de diferentes barrios. Yo era puramente un espectador de esto, y más siendo un niño; pero conocí a chicos que anduvieron en esas peleas y, por lo que pude percibir de ellos,  era como algo muy cultural de esa generación y hasta se sacaban pertenencias que se adjudicaban como trofeos de guerra. Hoy en día, algunos  lo siguen recordando como algo gracioso e “inocente”. Esos pibes que se “cagaban” a piñas contra uno de diferente colegio, más que seguro, en los 80s y 90s, sus viejos hicieron eso mismo. Es un legado muy propio de la cultura violenta y barrial que se naturaliza, y que, incluso, hasta pasa a ser folclórica.

En los 90s, los relatos sobre las peleas entre tribus urbanas era algo muy normal; ya que muchos dicen que la música se terminó “futbolizando”. Sí vos escuchabas a los Redondos, no podías escuchar a Los Ratones o a Los Rollings Stones, porque eran ondas distintas, al igual que los punks, metarelos y emos. La idea no es indagar sobre que eran estas culturas. Lo que queremos explicar, es que existían muchas ramas dentro del género rock, y, al estar divididos siempre, intervenía la violencia en el medio de esta separación. Quizás es difícil de comprender, porque lo que uno puede pensar es que se lleven mal los seguidores de diferentes géneros, como la cumbia, el rock o el pop. Pero, aunque sea ilógico, existía tal grado de violencia, generando grandes disputas dentro del mismo género. En los 2000s habían querellas entre emos, floggers o góticos; que hoy podemos considerar que eran casi lo mismo, estas tres tribus urbanas. Evidentemente, siempre existe algún atisbo de diferencia que nos lleva hacia la violencia.

Hoy podemos ver como esta violencia escaló a niveles socio-económicos, y también políticos. Se deja de discutir con debates profundos e ideas de igualdades, para dar paso a la violencia y, la consecuencia de esto, es una mayor distancia entre lo que pensás vos y lo que pienso yo. Un fragmento de la letra de la canción Mezclas Raras, compuesta por la banda Gardelitos, hace referencia de esto y nos deja pensando si, en realidad, siempre estamos buscando esa diferencia y ese conflicto para chocar con el otro:

“Y si te digo que no te entiendo nada,

a la salida nos matamos a trompadas,

porque es difícil comprender otra forma de ser,

diferente de lo que quiero ver…

diferente de lo que puedo ver en mí”

“porque no hay nada más extraño

que ser tu adversario

solamente por no pensar igual…

solamente por no sentir igual que vos”

Si recuerdan, anteriormente nombramos la “futbolización” dentro de la cultura musical; ya que, cuando hablamos de violencia, el futbol se hace muy presente. Resulta inevitable no caer en las hinchadas o barras bravas. Las barras, son un grupo violento (y a veces delictivo) que terminó de manchar un deporte por completo. El fútbol antes no era violento culturalmente; se disfrutaba como el espectáculo que era. Pero esto duró poco. En los 90s y 2000s, es donde mayor protagonismo tuvieron estos grupos, que, con la excusa de tener “más aguante”, inundaron de violencia y convirtieron un deporte hermoso en algo que culturalmente se relaciona con el terror. Hinchas matándose por los clubes, partidos entre amigos que terminan en batallas campales, y que muchos disfrutan de esto. Atrás de la violencia, está el deleite de una sociedad cada vez agresiva y autodestructiva.

Pero, también, es fácil echarle la culpa al futbol, sin saber que atrás de estos grupos de barras bravas se esconde muchísimo dinero y corrupción con complicidad de las dirigencias de estos clubes. Prácticamente estos “hinchas” son dueños totales del club. La delincuencia infecta a un deporte maravilloso.

Uniendo también a la delincuencia, que es quizás la violencia de mayor peligrosidad y que más nos afecta a todos en el día a día, esta delincuencia viene por una pobreza que a cada jornada crece más y más. Una pérdida de oportunidades, y un ambiente que no es sano para el crecimiento de un individuo, llevan a tomar decisiones que lastiman y dejan sin vida a muchas personas. El odio hacia la delincuencia es también muy cultural: la idea de matar a cualquier persona o planes macabros de provocar una masacre, que son totalmente frutos de una impotencia por estas situaciones y la violencia que atraviesa a cada persona que haya sufrido algún acto de delincuencia. En vez de tratar de tomar medidas hacia las leyes penales o mejorar a nuestros policías que, muchas veces, están pintados, la gente quiere violencia contra violencia, y bien sabemos que eso nunca puede terminar bien.

Producto de esto, crece la discriminación que, obviamente, la vemos casi impregnada en nuestra cultura. Se puede percibir, en los cada vez más recurrentes actos de denigrar al otro por su situación y la poca empatía que existe en la Argentina. Reconozco que es fácil hablar atrás de todo esto y entiendo que las impotencias crecen cada vez más en un país en debacle, en todos los sentidos. También, sería bueno, para mejorar muchas situaciones como sociedad y luego como país, empezar a solucionar estos conflictos sociales de una manera empática y mucho mas critica, menos egoísta y violenta.

Argentina no es tierra para débiles. La violencia escala a niveles que no podemos medir, y es una realidad que está a la vuelta de la esquina de cada persona. Es algo que nos toca a todos y a todas. Es ese miedo que siempre nos va a perseguir y que, lamentablemente, nos está pasando factura. La violencia psicológica, física e ideológica es producto de una sociedad que, en vez de avanzar, quiere crear culturalmente algo que nos atrasa.