Una herida que todavía supura: a 20 años de Cromañón.

En el día de hoy, se cumple un nuevo aniversario, puntualmente el vigésimo, de una tragedia que sacudió al país y cambió la historia de los eventos masivos en el ámbito nacional. Foto de portada: La Voz.

La tragedia, ocurrió en un edificio, en nefastas condiciones, ubicado en el barrio de Balvanera.

El 30 de diciembre de 2004, un manto lóbrego y de oscuro pigmento cubrió a la ciudad de Buenos Aires. Aquel funesto crespón, se posó sobre un recinto de espectáculos, en el cual también se realizaban recitales, llamado República de Cromañón, ubicado en el barrio de Once. Una concatenación de hecho negligentes, pánico, horror, gritos desesperados, un calor sofocante y una neblina espesa y amarga que cubría la totalidad del recinto, se aglutinaron en aquel edificio de la ciudad de Buenos Aires. El saldo de aquel fatídico incidente, fue de 194 víctimas fatales y 1432 heridos, y está considerada como la mayor tragedia de la historia del rock mundial.

Los hechos ocurridos aquel funesto día, son bien conocidos: en un recital de la banda “Callejeros”, un espectador encendió una bengala que abrazó a una mediasombra que colgaba del techo de la pista. El fuego, se propagó fugazmente y, en cuestión de minutos, el averno se erigió en aquel lugar. Sin embargo, la razón que persigue la presente nota no es puntualizar sobre los hechos ocurridos hace 20 años atrás. Por el contrario, la búsqueda que se imponen estas líneas es la de barajar qué ha significado Cromañón a dos décadas de su siniestro pasar.

Es imposible albergar la temática de Cromañón sin echar la vista hacia algunos años atrás. Desde la década de los noventa, el submundo del rock nacional atravesó lo que se conoció como: La futbolización del rock. Dicho proceso metamorfoseo, comprendía la implementación de aspectos culturales propios del fútbol argentino trasladados hacia los escenarios rockeros. De esta forma, las canciones de cancha, el “bancar la parada”, los «trapos«, el “copar a donde vayas” y—el punto clave—las bengalas, se adueñaron de la escena del rock. Una banda emblemática en lo que a la futbolización del rock se refiere, es Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. En los recitales de Los Redondos, los cientos de miles de personas, las banderas, las canciones y el “aguante” se hacían presente en cada “misa ricotera”. De esta forma, la situación fue escalando con una enjundia inusitada; sobre todo, teniendo en cuenta que la mayoría de estas bandas surgieron a mediados de la década de los ‘80s, en el medio de un oleaje ascendente de rebeldía y libertad a sazón del fin de la Dictadura Cívico Militar Argentina, en 1983.

En un recital de Los Redondos, realizado en el Estado Presidente Perón, de Racing Club, un espectador arrojó un bengala hacia el escenario, la cual incendió parte del equipo, lo cual despertó el malestar de los músicos, en 1998.

No obstante, no debemos posar la lupa exclusivamente en la escena del rock y los jóvenes que se identificaban con esa expresión, en medio de un país recientemente liberado de las garras de una bestia sangrienta. Para comprender bien todo el espectro que rodea a la tragedia del 30 de diciembre de 2004, deben estar bajo la mira dos actores fundamentales: el Estado y la policía. Con respecto al segundo, hay que recordar que la década de los ‘90s está signada por ser la de La Maldita Policía. Este epíteto despectivo, fue colocado a las Fuerzas de Seguridad producto de los millares de casos de corrupción y negligencia, por parte de las Fuerzas del Orden, durante aquellos años. Por nombrar sólo algunos, podemos destacar La Masacre de Villa Ramallo, el asesinato de Walter Bulacio—en las afueras de un recital de Los Redondos—, La Masacre de Wilde o el asesinato de José Luis Cabezas. Esta desconfianza y sesgo que se tenía para con la policía, reforzaba la idea de que el orden era un enemigo a combatir. Por parte del primero, deberíamos extendernos con mayor profundidad; pero, dada las limitaciones de una mera nota, dejaremos en claro el desfinanciamiento que el Estado sufrió en los ‘90s, en función de las políticas económicas del gobierno de Carlos Saúl Menem. Posteriormente, advino el 2001 y, con él, la peor crisis económica de la historia argentina. Todo esto, construyó un Estado estéril, débil, mórbido e incompetente. En este contexto, todo lo que se debía contralar por el Estado, se hacía ineficientemente y de manera burda. En esto, se engloban los partidos de fútbol, los eventos masivos, los parques de atracciones—vale la pena recordar La Tragedia del Italparck, en 1990—, los eventos masivos y, como no, los recitales y las discotecas.

Con todo lo esgrimido con antelación, podemos entender mucho mejor una frase que alguna vez esgrimió Ricardo Iorio, miembro fundador de V8, Hermética y Almafuerte, considerado el padre del heavy metal, o metal pesado, argentino: Cromañón nos pudo pasar a todos. Esta brutal sentencia del músico argentino, refiere a que el estado de los recintos donde se realizaban los recitales durante aquellas décadas era francamente paupérrimo. Lugares pequeños, salidas de emergencia defectuosas, falta de extintores y demás penurias acuñaban estos edificios que fungían de altar rockero. A esta coyuntura de infraestructura, se le suma el contexto ya explicado de “futbolización del rock”, en donde, como reza una de las canciones más resonadas en las tribunas de nuestro fútbol, “no importa en dónde juegues, te voy a alentar”. Cromañón, fue un gigante que se derrumbaba sobre un valle. Su sombra, cubrió cada rincón del bosque. Pero, los cabecillas que comandaban a los que allí residían no vieron, o no quisieron ver, el peligro que se avecinaba.

Es momento, ahora, de abordar las responsabilidades y la expiación de culpas. De más está decir que anida una responsabilidad gigantesca en el asesino que encendió una bengala en un lugar de aquella naturaleza; asesino que, a día de hoy, sigue sin conocerse su identidad. Pero, al igual que en todas las grandes tragedias no existe un único responsable. Por supuesto, también reside una gran cuota de culpabilidad en quienes administraban el local. En principio, quien parecía ser la cara visible del establecimiento, Omar Chabán, fue privado de su libertad y murió en prisión, en 2014. No obstante, luego de una investigación que llevó diez años, se descubrió que el verdadero propietario no era Chabán—este, solo lo administraba—, sino Rafael Levy, un empresario que utilizaba testaferros en el Uruguay para nombrar como jefes de sus englomerados empresariales. A este infausto personaje, le correspondieron cuatro años de prisión, decretados en 2014. Por parte de los integrantes de la banda, tampoco se los puede desligar de responsabilidades. Si bien es cierto que el cantante y líder de la banda, Patricio Fontanet, había llamado la atención respecto al uso de bengalas, lo cierto es que está era una práctica habitué de la agrupación y reiteradas veces alentada por estos. Los músicos, también fueron condenados a cinco años de cárcel, a excepción de Fontanet, al que le correspondieron siete años.

Patricio Fontanet, fue puesto en libertad en el año 2018.

¿Qué nos dejó Cromañón? En principio, una pena y una tristeza inmensa que es imposible de sobrepasar. El rock argentino, aquel característico espacio de exaltaciones de realidades sociales, críticas sistemáticas y la pasión magnificente que despierta, quedó huérfano ante una pérdida tan grande. El rock, se fue apagando lentamente; hasta que, en la actualidad, apenas titila levemente el fragor de su alma. La rebeldía, pasó a ser vista como un flagelo patógeno que arrasa con todo el orden de las sociedades. Los movimientos culturales, dejaron de ser masivos y la efervescencia de la pasión argentina fue engullida por el temor y el recuerdo tenebroso.

El único que no pagó por todo esto, fue el Estado Argentino, que dejó a la deriva a los hijos de su vientre. Si bien es cierto que el Jefe de la Ciudad de ese entonces, Aníbal Ibarra, fue destituido de sus funciones, no conoció la cárcel por aquel incidente.Cromañón, nos pudo pasar a todos”, de nuevo. Todos los locales de aquel entonces, se encontraban en aquellas condiciones. Probablemente el más famoso de todos ellos, «Cemento«, pertenecía al mismo administrador de Cromañón, Omar Chabán. Fue una situación que advirtió su desenlace fatídico antes de que acontezca; y el Estado argentino, como acostumbra—y más en aquella época—no quiso verlo… claro, debemos recalar, también, que una pasión que mueve una cuantiosa cantidad de masas es una muy redituable, con una gran capacidad de rédito. Parafraseando a Gabriel García Marquéz, esta fue una “Crónica de una muerte anunciada”; o, en este caso, de 194 muertes.

Cromañón supura por su herida el dolor de los hijos huérfanos del Estado; la amarga pena de la fatalidad evitable; el recuerdo de un mundo que jamás volveremos a ver florecer, por más primaveras que trascurran; la juventud y la libertad desbocada siendo servil, contra su voluntad, al tintineo de un Judas de frac y guantes cobaltos… En fin, Cromañón es un antes y un después en la historia post-Moderna argentina.

Desde Revista Bilis, extendemos nuestros recuerdos y fuerzas hacia todos los familiares, amigos, conocidos o contemporáneos a la Tragedia de República de Cromañón.